Se me antoja saltearte y saltearte hasta dorarte;
luego glasearte y servirle
a mi apetito voraz y encantado,
mi antojo en remojo, madurado y sellado al calor.
Se me antoja lloverte a cántaros,
relampaguearte y estremecer hasta tu último vello
confundido y remotamente apartado de mi vista.
Se me antoja encontrarte al “dente”,
en un coctel de camarones,
en unos calamares al ajillo
o tal vez en el dulce estallido
de una ola reventándose entre mi boca y la tuya.
¡Antojos!
Dicen que el verdadero antojo no se debe comer,
igual, no me resistí,
mi piel, mis labios, mi cérvix y mi corazón,
se antojaron, degustaron y se saciaron.
Se rompió el dicho,
hoy hicimos historia.
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Del capítulo III
A punta de hervor
-del amor sensual y el erotismo,
a través de la cocina y la poesía-
Concierto
sobre el fuego
©
Dina Luz Pardo